Cuando decides borrar una app de contactos, no te planteas la posibilidad de qué estás perdiendo. Tal vez lo que pierdas esté en tu propia imaginación (probablemente), pero, al fin y al cabo, es una pérdida. Tras una época de muchas dudas (la elimino o no), sucede algo que te lleva a tomar la decisión de eliminarla: una mala experiencia, una búsqueda sin resultado, etc. En ese momento o, con el paso del tiempo, algunas personas experimentan síntomas que recuerdan al duelo.

En ocasiones, la toma de conciencia de la pérdida ocurre con el paso del tiempo, cuando comienzas a echarla de menos. ¿Qué tememos perder? ¿Por qué nos sentimos así? La respuesta a estas preguntas es la expectativa: la expectativa de encontrar a alguien (para lo que sea). A veces, eliminamos la app y la sustituimos por otras conductas: chats, salidas a locales, etc. Lo que sucede, es que las apps tienen una alta capacidad para generarnos dependencia: fácil acceso, disponibles a cualquier hora, alcance elevado en cuanto a número de personas, mayor oportunidad para controlar la primera impresión que damos, facilidad para eliminar el contacto con alguien sin tener que dar explicaciones, etc. Estas características, que a priori parecen facilitarnos el contacto con otros, tampoco nos colocan en una posición muy ventajosa, pues el resto de usuarios también pueden hacer uso de ellas. Así, tal y como tú puedes decidir si pasarle foto de cara o no, la otra persona puede bloquearte si no le pasas foto de cara tú primero.
¿Por qué sigo recurriendo a las apps a pesar de mis malas experiencias? Es muy común recurrir al argumento: es la única forma que tengo de conocer gente. Aún creyéndote esta máxima, la dificultad no radica tanto en las apps en sí, sino en el uso que hacemos de ellas. Si no tomamos consciencia del efecto que los contactos tienen en nosotros, es posible que se vayan creando pequeñas heridas que, con el tiempo y como medida de protección, puedan tornarse en una desconfianza generalizada hacia los demás. Así, un día pasas una foto tuya y te bloquean. Otro día pasa lo mismo. Y otro. Y otro. Llega el momento en que decides que sean los demás quienes pasen primero su foto. Pero resulta que los demás también han vivido lo mismo y esperan que seas tú quien la pase antes. En este momento, es cuando suele iniciarse una discusión en la que se insiste al otro que se muestre primero (a veces de manera borde y prepotente), lo cual suele ser presagio de la muerte de esta breve y acalorada relación.