Los contratos son acuerdos a los que una pareja llega para conseguir un objetivo en beneficio muto. Así, a lo largo de la relación, se puede acordar cómo distribuir los gastos de la casa, quién se encarga de las actividades domésticas, etc. En este post, vamos a examinar el sentido de los contratos en la esfera sexual, es decir, cómo las parejas acuerdan que sean sus encuentros sexuales, ya sea de forma conjunta o por separado.

Muchos contratos en la pareja son implícitos, es decir, se dan por hecho al iniciar una relación de pareja (por ejemplo, la fidelidad). Cuando surge un conflicto en la pareja, hablarlo supone hacer explícito el problema y la necesidad de llegar a un acuerdo. Este momento es propicio para la creación de contratos en la pareja. La mayoría de éstos son verbales, es decir, se acuerdan de palabra, pero algunas parejas se animan a comprometerse por escrito. En un ocasión, tuve la oportunidad de leer un contrato que una pareja había elaborado en cuanto a qué prácticas sexuales se permitían, cómo, dónde, etc. En dicho contrato se establecían cláusulas específicas. Estaba redactado empleando un lenguaje técnico e impersonal, como si de un contrato legal se tratara, y parecía no tener fin dado el nivel de detalle que alcanzaba. Es de destacar que ninguno de los miembros de la pareja se dedica profesionalmente al ámbito legal ni jurídico, lo cual generaba mayor asombro por la forma de su contenido. Ya el hecho de tomarse la molestia de dedicar tal cantidad de tiempo para desarrollar semejante documento, informaba de lo importante que debía ser para ellos la sexualidad.
¿Qué aspectos se ponen en juego cuando se establece un contrato? Veamos algunos:

- Mi inseguridad y la desconfianza hacia mi pareja: derivada de esta inseguridad, un contrato puede surgir como un intento de controlar el comportamiento del otro cuando no estoy seguro de su palabra. El hecho de que quede por escrito, permite que, si en algún momento lo incumple, le podamos depositar la responsabilidad de lo sucedido a la otra persona y liberarnos de la culpa de la crisis de pareja.
- Una garantía del amor que el otro siente por mí: firmar un contrato supone asumir un compromiso. La ruptura de ese contrato podría suponer que concluyamos que no le importamos lo suficiente a la otra persona.
- Intentar mantener al otro en la relación: a veces supone un intento de contentar a la otra persona que requiere diferentes estímulos sexuales, en detrimento de nuestra autoestima y valores.
- Esconder conflictos de la pareja: la sexualidad en la pareja refleja conflictos inconscientes. Por ejemplo, cuando desaparece la pasión por el otro y buscamos fuera el placer sin importarnos cómo se siente la otra persona.
- Mantener conductas hipersexuales y/o adicciones asociadas: una de las consecuencias posibles en torno a este tipo de contratos es que vayan ampliándose e incluyendo nuevas prácticas sexuales, o que los planes de ocio se organicen en función de la accesibilidad a espacios donde desarrollar estas conductas. Esto no significa que este hecho sea problemático en sí, pero en según qué personas, el poder del refuerzo y la necesidad de novedad sexual pueden ser tan intensos, que se pierda de vista la pareja y se priorice la propia sexualidad, poniendo en riesgo el contrato establecido y la relación.
Para los interesados en la historia de la pareja de la que hablábamos al principio, decirles que mantuvieron la relación unos años más. Por circunstancias de la vida, uno de los miembros reconoció haber dejado de sentir atracción por el otro y decidió llevar una sexualidad paralela ajena a los ojos del otro. ¿El final de esta historia significa que los contratos sexuales son malos? No necesariamente. Cada pareja tiene su propio funcionamiento. Lo que sí puede ser dañino es no tomar consciencia de para qué necesitamos redactar uno, pues podría haber algún conflicto de base que no tengamos resuelto con nuestra pareja, arriesgándonos a lo que dice el dicho: «Diciendo la verdad puedes alejar a las personas, pero contando mentiras, puedes perderlas para siempre».